Un refugio para estos tiempos
Un relato de Damián Smuraglia
A menudo los medios de comunicación nos traen historias de gente que decidió patear el tablero. Nos cuentan de parejas o familias que se desprendieron de todo y se fueron a iniciar una nueva vida a otras latitudes. Nos hablan de destinos exóticos, de culturas diferentes, comidas desconocidas, trabajos que ni siquiera sabíamos que existían y otros matices que hacen de la historia una novela del llamado realismo mágico, que bien podría haber sido escrita por García Márquez.
Otros relatos son más terrenales y nos hablan de gente que decidió renunciar a sus empleos formales y estables para iniciar una nueva aventura. Narran el derrotero de personas que tomaron la valiente decisión de cambiar de aire, de probar suerte en algún emprendimiento que les permita vivir diferente a lo que estaban acostumbrados. En muchos casos ni siquiera buscan más ingresos, sino solamente, otro estilo de vida.
De manera más cautelosa, otros ejemplos nos cuentan de gente que, buscando otras alternativas, comienzan a introducirse en pequeños emprendimientos. Quizá no con la idea de transformarlos en su único trabajo, sino para complementar su actividad principal y a su vez utilizarla como cable a tierra. En la mayoría de los casos, esta actividad complementaria tiene que ver con algo que ya despertaba el interés de estas personas.
Y, por último, está la gente que simplemente se vuelca a estudiar una carrera o un oficio con el fin de escapar un poco de la realidad del día a día. En este contexto no piensan, al menos en el inicio, en una salida laboral. Buscan dedicarle tiempo a algo que les haga bien al cuerpo y la mente.
¿Qué tiene que ver la apicultura con lo expuesto hasta aquí?
La apicultura encaja perfectamente en los dos últimos grupos arriba mencionados. Esta afirmación se desprende de lo que viene sucediendo en los últimos tiempos en la escuela de la sociedad. Es cada vez más frecuente encontrar en los alumnos, principalmente del curso de iniciación apícola, historias que van en estas direcciones. Son muchos los que nos cuentan que se acercan pensando en desarrollar una actividad complementaria a sus trabajos, pero que, a su vez les sirva como un oasis para descansar y refrescarse en medio de una realidad agobiante como un desierto. Por otro lado, están los que movidos por la curiosidad y por las ganas de despejar la cabeza, se acercan a este maravilloso mundo. También en este grupo juega un papel preponderante la lucha en defensa de la biodiversidad, donde la abeja es una de las grandes protagonistas.
Podemos afirmar que la apicultura es un excelente refugio para estos tiempos que corren. Por eso es que los que pertenecemos al sector y de alguna u otra manera hacemos docencia dentro de la actividad, tenemos la misión de que cada vez más personas se interesen por acercarse a las abejas. Quizá no podamos asegurarle una rápida salida laboral, pero tenemos muchos argumentos para seducir a la gente.
Cuanto más numeroso y comprometido se encuentre el sector, mayores posibilidades de hacernos oír tendremos. Lo positivo del momento es que son muchas las instituciones y las organizaciones que están ofreciendo cursos de apicultura. Importante sería entonces que coincidamos todas en el enfoque inicial de estos cursos. No solo es darle a conocer a las personas que significa una abeja, como funciona una colonia, que trabajos básicos realiza un apicultor, sino poner todo nuestro esfuerzo y nuestra imaginación para lograr que las personas se enamoren de las abejas. Esto nos asegurará que estos nuevos apicultores permanezcan de alguna u otra manera ligados a la actividad. En parte, de esto dependerá el futuro de la apicultura argentina.