Editorial
De apicultores y resistencias.
Nuestra relación con las abejas es muy antigua. Tanto como nuestra necesidad de alimentarnos. Tanto como la necesidad de tener más y mejores semillas. Tanto como el placer de regalar a nuestros hijos la primera de las golosinas de la historia.
Eran épocas distintas, en las que el mundo era algo más salvaje.
Luego crecimos, nos civilizaron, nos industrializaron, nos dieron el don del dinero, nos encendieron la chispa del comercio, nos profesionalizaron, nos convirtieron en este nuevo mundo de pandemias globales, que exceden al virus de moda.
Otra época, en la que el mundo se ha convertido, en algo verdaderamente más salvaje.
Durante ese tránsito, hubo imperios con sus actitudes imperiales, y reinos con sus pueblos avasallados. Hubo tierras colonizadas, desiertos conquistados, pueblos desconocidos, genocidios oscuros, guerras sin sentido.
En todo ese tiempo hubo pueblos que resistieron, comunidades que resistieron, bosques que reverdecieron, ríos que volvieron a correr, hielos que se impusieron sobre tanto fuego y fuegos impíos que cegaron vidas.
La resistencia es entonces aquella fuerza que nos convierte, en síntesis, en lo que logramos ser. Quizás lejos, muy lejos de lo que alguna vez soñamos para nuestras vidas y la de nuestra gente. Pero la resistencia es en esencia la dignidad de cada sobreviviente que transita cada día la memoria del camino que logra unirnos en comunidad.
Transitamos una época de una violencia fantasmal, en donde las desigualdades se han multiplicado y donde los derechos humanos han sido convertidos en la nada misma en cuestión de días. Tan sólo baste pensar quienes acaparan el 80% de las vacunas contra el COVID 19, y cómo la mayor parte de la humanidad, aguarda con las manos vacías y la esperanza ausente. O cómo el 1% más rico del mundo es aún más rico luego de la tragedia.
Pero es en este mismo mundo en el que vivimos en el que buscamos la empatía de los que resistimos. No estamos solos.
Es el árbol bandera que resiste los gélidos vientos eternos de la Patagonia más austral.
Es el amaranto que resiste al herbicida que más desiertos ha dejado en nuestra tierra.
Es la cultura y raíz de cada pueblo que se resiste a ser olvidado.
Son las lenguas y sus cantos que se derraman en leyendas que nutren a los pequeños en sus hogares.
Son los pañuelos.
Son las pinzas y los ahumadores.
Son millones de acciones diarias que miran a quien está al lado, a quien necesita tomar esa mano para seguir caminando.
Son pinzas y ahumadores que siguen fabricando la primera golosina de la historia, a sabiendas que mantiene encendida la memoria ancestral de nuestra especie.
Son pinzas y ahumadores que colaboran con millones de agricultores, campesinas y campesinos en llevar alimentos a nuestra gente.
Que resisten a esta política de venenos estandarizada, promovida por grandes empresas transnacionales y garantizada por las políticas de nuestros Estados locales.
Resistimos.
Resistencia activa y pacífica. Los identificamos, los denunciamos, los combatimos, hablamos mucho del gran daño que le están causando a la humanidad entera. Que nos están robando el ambiente, que nos contaminan el agua, que envenenan nuestros alimentos, que matan nuestras abejas. Se lo enseñamos a los más chicos, se lo enseñamos a las nuevas apicultoras y apicultores. Lo repetimos cada día, para que todos lo sepan y no mueran distraídos.
Lo reclamamos en cuanto foro, conferencia, publicación o reunión política participamos.
Nosotros resistimos. Como los pañuelos resisten, como el amaranto resiste, como las lengas en el fin del mundo resisten.
Les presentamos aquí una nueva herramienta de resistencia. La Gaceta del Colmenar en su nueva versión digital.
Mesa Directiva
Sociedad Argentina de Apicultores