Pensar en Sanidad haciendo un poco de historia
Todavía recuerdo la frustración y el desconcierto en la mirada de mi viejo mientras bajábamos colmenas de los caballetes aquel agosto. Era pibe, y varroa hacía estragos y no había nada para “echarle”. Con la llegada de los primeros apicultores que, escapando de las inundaciones del 85, llegaban a La Pampa, (como mi gran amigo Maneco Fortunato, el mejor apicultor que he conocido), se empezó a escuchar del cr81, que bandejitas, que tapitas, y luego las “gasificadoras”. Hasta que apareció el Perizin, que por varios años se utilizó, hasta que las tablitas de fluvalinato funcionaron como una tregua ante tanta pérdida.
Estas imágenes en la memoria se replicaron en las últimas semanas, en la experiencia de los colegas australianos quienes hoy están quemando sus colmenas infestadas por la aparición de varroa en sus costas.
En La Pampa, después de aquella batalla de los años 80, loque americana nos encontró con más información. Ya que se tenían datos de que se había extendido por Entre Ríos, Santa Fe y sobre todo por Buenos Aires. Miles y miles de colmenas muertas y otras tantas, contagiadas. Pero en el discurso, ‘nadie tenía’ la enfermedad en su colmenar. Por miedo a ser ‘expulsado del pueblo’, de ser catalogado como ‘el peor apicultor de la zona’, o ‘el que trajo la peste’, nadie tenía. (Bastante parecido a los primeros meses del covid).
Gracias a acceder a información, y a ver cómo se actuaba en otros lugares, a los técnicos como Susana Bruno, Leonardo Núñez, Marcelo del Hoyo, en La Pampa, con capacitación, se pudo afrontar la enfermedad con un control considerable de las pérdidas. Recuerdo que armamos con mi padre, un parafinador, eliminamos los antibióticos y salimos con el balde y la esponja de acero para limpieza de la pinza en cada maniobra para limitar al máximo las posibilidades de contagio de loque. Y realizamos innumerables viajes con cera estampada (que elaborábamos), hacia el Centro Atómico de Ezeiza para irradiarla.
En esos tiempos, no siempre el apicultor pudo estar tiempo y en forma como para ‘surfear’ las olas de las enfermedades que fueron llegando. Y otro recuerdo no grato: vinieron siete años de sequía en la zona, y los campos ‘se volaban’ al pasaje del viento y los cardos rusos. Las colmenas se desabejaban, se achicaban, desaparecían. Y del mismo modo desaparecían más de 1000 apicultores en La Pampa.
Para las entidades e instituciones públicas con injerencia en la actividad apícola, Nosema ceranae no llegó a reconocerse como problemática, al menos a tiempo, como para gestionar e implementar estrategias y acciones de recuperación. No existía esa nosema. Así que, como en otras oportunidades, los apicultores tomaron la posta. Gladys Acebedo y su marido Julio, ‘a full’ con el microscopio, en su laboratorio, recibían cientos de muestras de abejas adultas (que se entregaban en frascos), para determinar el grado de infestación. Grupos de apicultores, muestreando mes a mes, analizando, … y aprendiendo. Gracias a Gabriel Sarlo, de la Universidad de Mar del Plata, quien apoyó ‘la desesperación’ de apicultores que no tenían cómo solucionar este nuevo problema, todavía hoy subestimado. Se trazaron curvas, prevalencias, factores condicionantes, diseño de momentos y cargas para curar. Se activó nuevamente la desinfección que muchos habían dejado de practicarla. Y no olvidamos que en otros lugares se prefirió culpar de la mortandad a las cenizas de la erupción del volcán Copahue.
Te parecerá, amigo apicultor, que esta nota es un anecdotario pesimista de experiencias sanitarias. Pero no. Como ocurre con las funciones de la Historia en cualquier ámbito, traer este pasado de la apicultura, tiene como propósito el aprendizaje. Y la intención de contarles a los apicultores que no tienen más de una década en la actividad, que hemos afrontado, como apicultores argentinos, muchos contratiempos. Y esto es seguro; de cada uno, aprendimos. Y para los que tenemos más años de actividad, que sirva para no olvidar y volver a “pensar”. Pensar que para enfrentar los desafíos que nos presenta cada tiempo, hay que estar dispuestos a dar ‘la buena batalla’: entender que siempre estaremos siendo posibilidad: de cambiar la perspectiva para ver y analizar las situaciones complejas, de planificar ajustándonos a nuestra realidad y a nuestros recursos, confiar en nuestras capacidades, atrevernos a innovar, a modificar nuestros manejos, y confiar. Confiar no sólo en nosotros y nuestras competencias, sino confiar en nuestros colegas. Un apicultor, confiando en otro apicultor, para trabajar juntos: informando, compartiendo, preguntando, solidarizándose, enseñando, aunando esfuerzos… Aprender de las experiencias de los viejos, de su resiliencia, y apostar a meterle ganas, energía, intención. La abeja lo vale.
En adelante, las entidades públicas estarán haciendo sus esfuerzos; pero sepamos, no es seguro que sea a tiempo y en proporciones de planes y medidas necesarios. El PEC llegará de un momento a otro, como varroa ha llegado a Australia. ¿Cómo nos encontrará como sector? Me gustaría que, en principio, informados. Y viene sugerencia:
– si no leíste nada de PEC, buscá información, reclamála.
– si tenés varroa, muestreá, proponéte cambiar algo para mejorar esta temporada
– podemos dialogar y solicitar a las autoridades por las medidas necesarias
SADA como organización lo está haciendo, y gestiona con la visión de estos desafíos. Pero vos en lo individual, en tu provincia, en cada expo-apícola, en cada encuentro, ejercé tu influencia y sé agente de motivación y de impulso para el mejor funcionamiento de los organismos a cargo de velar por la salud de las colmenas.
Y más allá, podemos dar el siguiente paso: el trabajo en conjunto, el comúnmente llamado ‘frente común’, donde un apicultor de una zona no siente como adversario al de otro lugar, al de otra escala, o al de otra infraestructura o logística.
Las demandas del sector son muchos en adelante: la llegada del PEC, las problemáticas de la comercialización, las fumigaciones, el financiamiento, etc. Pero como ocurre al interior de cualquier familia, los retos nos pueden enseñar, impulsar, fortalecer, potenciar, si avanzamos hacia ellos identificados unos con otros, reconociéndonos en nuestras diferencias y en nuestras coincidencias, respetándonos, ayudándonos. Que las claves de la apertura y la unidad de esfuerzos e intención, sean la llave de la familia apícola para los desafíos de esta hora.
Walter Seewaldt