La apicultura nos marcó un horizonte
Camila Colombatti, Perito Apicultora Nacional, comparte su experiencia en “La Magdalena” un proyecto familiar y fraternal, que nació como un cambio de vida y se convirtió en un nuevo modo de vivir para el cual la Apicultura fue bisagra.
Mi nombre es Camila Colombatti. Junto con mi pareja, vivimos junto a otros integrantes de nuestra familia en una localidad rural, cercana a la ciudad de Mercedes. Desde que dejamos la ciudad y decidimos mudarnos al campo, nos fuimos formando y fuimos conociendo acerca de diferentes disciplinas y actividades que nuestros abuelos habían practicado, pero de las que nosotros prácticamente desconocíamos; sobre todo aquellas relacionadas con la autosuficiencia (huerta orgánica, cultivos protegidos, dulces y conservas, etc). En mi caso particular, me hallaba cercana a las nociones de soberanía alimentaria y agroecología, pero desde mi formación académica, la Antropología, no desde la práctica y mucho menos desde la propia vivencia.
Comenzamos entonces a interesarnos por la apicultura, ya que representaba una actividad complementaria a las que veníamos aprendiendo y desarrollando, a la vez que nos permitía generar otro tipo de alimento generado en casa, sano y natural. Es así que llegamos a la escuela de S.A.D.A y comenzamos el curso de Iniciación Apícola. En ese entonces ni siquiera conocíamos cómo era el aspecto de un zángano.
Haber ingresado a S.A.D.A fue un antes y un después, porque se nos abrió un mundo. Por un lado, descubrimos que más que complementaria, la apicultura resultaba fundamental para el modo de vida que deseábamos concretar y que habíamos elegido. Conocer personas tan apasionadas, entregadas y amantes de las abejas y de la actividad, nos hizo cambiar el modo de ver ese universo y querer conocer más. Por eso terminamos formándonos como Peritos Apicultores y nuestros primos también haciendo el curso de Iniciación.
Por otro lado, la Apicultura fue el puntapié para empezar a pensar las actividades que ya veníamos realizando, de otra manera. El comenzar el apiario propio fue el motor para pensar más allá del autoconsumo y poder darle forma, de a poco, a un incipiente emprendimiento productivo familiar agroecológico.
Es así que surge «La Magdalena». Empezamos a vender nuestra propia producción de miel, decidimos darle un nombre y una identidad (María Magdalena es el campo donde vivimos y donde producimos). Enseguida se fue sumando otra parte de la familia y fuimos complementando conocimientos. Armamos un logo, redes sociales, fotos, y dado que nuestra producción era pequeña, intensiva y totalmente artesanal, empezamos a pensar en darle a la miel un valor agregado, aplicando lo que aprendimos. Así surgieron las mieles infusionadas con nuez, jengibre, las barritas de cereales con miel, los blends de té.
Luego se sumó una amiga con experiencia en Apicultura en Traslasierra y fue un gran aporte, porque compartió con nosotros sus conocimientos con los productos derivados de las colmenas, como tintura madre de propóleos, pastillas de propóleos, ungüentos, pomadas y demases. El ser un grupo ayudó a compartir: inversiones, trabajo, tiempo y conocimientos y todo eso se tradujo en crecimiento, en todos los sentidos.
Era insospechado lo que dispararía aquella primera pequeña cosecha de miel (que nos dio tanta felicidad como si hubiésemos cosechado cientos de tambores) de nuestras cinco colmenas. Como grupo de jóvenes, nos obligó a organizarnos, a dividir tareas, a complementar conocimientos y miradas (muchas veces diversas), a aplicar lo aprendido y a continuar aprendiendo, a equivocarnos, a acertar y a seguir investigando. Hasta el día de hoy ninguno de nosotros vive de La Magdalena y eso representa el mayor de los desafíos en cuanto a la organización y el tiempo que conlleva, pero también la mayor de las metas a alcanzar: poder vivir de lo que producimos y ser autosuficientes. Por el momento, representa una manera de ir creciendo y de reinvertir en el campo y en el proyecto, los frutos del trabajo compartido.
Toda actividad productiva familiar, intensiva o artesanal, conlleva mucho trabajo y sobre todo, tiempo. El habernos formado en Apicultura y vivir esta experiencia nos hizo cambiar y ampliar la mirada sobre muchísimas cosas, como la importancia de los saberes ancestrales y tradicionales, pero también de los nuevos. Lo imprescindible que resultan las abejas para toda forma de vida en nuestra tierra y lo increíbles que son. Nos obligó a empezar a atender y entender a los vientos, las lluvias, la flora, el clima, las pasturas. A valorar todo el trabajo que hay detrás de un frasco de miel (trabajo de ellas y nuestro). Nos hizo grandes consumidores de miel también y nos hizo conocer mucha gente. La apicultura nos marcó un horizonte, se terminó conformando como un proyecto más amplio que refleja nuestra identidad familiar y nuestra concepción sobre la naturaleza y el mundo.
Por eso, me encuentro enormemente agradecida con cada persona que con absoluta entrega y amorosidad, contribuyó a adentrarnos en este mundo. Desde mi abuelo, con sus anécdotas de los «cajones» y las grandes cosechas de miel; los y las docentes de SADA, absolutamente apasionados y generosos, que son el fiel reflejo de que pese a las diferencias, se puede construir y apostar a un mundo mejor; hasta la gente de la apícola cercana en Mercedes, que nunca escatiman ni se guardan el consejo o un buen gesto que suma y hace crecer. En síntesis, la Apicultura nos cambió la vida.
Camila Colombatti – Perito Apicultor Nacional (SADA) – 2019
Docente. Estudiante de Antropología. Miembro de «La Magdalena- Productos de campo agroecológicos»
Instagram: @lamagdalena_mercedes
Facebook: lamagdalenamercedes