Con la misma pasión inagotable
Aquel verano de 1985 quedaría marcado en mi memoria para toda la vida, yo hacía mis primeras armas como peón ayudante para cargar las alzas en el camión, una mezcla de orgullo y aprensión invadía mi interior, creo tener remotas sensaciones de que no era un año parecido a muchos otros, tal vez porque el emprendimiento familiar venia golpeado por no sé que bichito intruso que se había colado por el norte, diezmando cientos de miles de colmenas en el país y las de papa no habían sido la excepción, como les comentaba yo hacia las primeras armas en los campos de Salliquelo, partido de la provincia de Bs As, donde el viejo concentraba unas cuantas colmenas, lleguemos al punto, estábamos con el camión en el colmenar a punto de empezar a trabajar y el cielo se encapoto por completo, a lo lejos ya podíamos ver relámpagos demasiado atrevidos, la cortina de agua y piedra cual telón de mega teatro que se cierra, nos abraza desprevenidos, pero prestos para partir presurosos. En definitiva, la bruta pedrada agarro una lonja de 25 km donde estaban la mayoría de los colmenares, girasoles, cardos, abrepuños y alfalfares quedaron campo raso.
El accionar meteorológico inesperado, causo una gran responsabilidad por el usufructo perdido, para mi padre, gran damnificado por la miel que no iba a estar. Con ese desvarío de la naturaleza, empecé a comprender de que podía venir la cosa, no recuerdo un drama sobreactuado de la situación por parte de mi viejo, vi tomar decisiones rápidas, había que conseguir otros lugares de hábitat más propicios para salvar el año, y me toco acompañarlo en la jugada, recorrimos muchos km, visitamos muchos campos a golpear las manos como le gusta decir, conocí y aprendí el trato con la gente, soporte mis primeras fatigas y a controlar los impulsos de jornadas pesadas, y entonces las primeras alzas al camión ese año no las cargué en Salliquelo, fueron en los campos de Pigue, Bordenabe y 17 de agosto.
Pasaron más de 35 años de las primeras aventuras compartidas con papa, hoy si lee estas líneas se le escapara una sonrisa y diría algo así como “ja ¿aventura? Pero yo en aquellos años no veía el peso de la responsabilidad y solo tengo lindos recuerdos. Como les decía, muchas cosas han cambiado desde aquellos años, la forma de hacer apicultura, los rindes, la tecnificación agropecuaria, el tamaño de las ciudades, la movilidad del apicultor etc, pero lo que no cambio para nada son las ganas de papá, todos los días de su vida se hace una escapadita a la quinta que tiene en Tomas Jofre, a 15 km distante de Mercedes, donde actualmente tenemos el criadero de reinas y la sala de extracción, y allá cuando asoma el mes de septiembre y percibe junto a los primeros brotes de los arboles ,el verdear de los potreros, las primeras manchas salpicadas de polen sobre los panales y alguna coronita de néctar fresco sobre manchones de cría nuevos, caerá la pregunta infaltable de todos los años, producto de entrañables emociones.
“¿Para cuándo te van a sobrar unas celdas?”.
Porque el viejo es así, el no quiere molestar, ni ser un estorbo a infinidad de pedidos comprometidos con antelación, pero esas celdas son elementales para poder seguir una secuencia de trabajos y emociones que no quiere abandonar. Seguramente ya planeo de donde vendrá la cría para los núcleos, la ubicación de los mismos, esperar ansioso el material vivo, observar y juzgar la cría, la abeja, “esos cuadros venían muy flacos”, o “ eran planchas pero con poca abeja”, a la tardecita repartir la cría en los nucleros, con su correspondiente alimentador, esperar para colocar las celdas, controlar el nacimiento y la fecundación, los primeros huevos, repoblar y re enceldar , apoyar con jarabe si hace falta y verlos tan llenos como para explotar y preparar las cámaras para pasar.
Los ritmos son otros, las cantidades ni hablar, allá lo veo pasar con la carretilla hasta el tope de nucleros vacios o con su baldecito de jarabe, lo disfruta, pero a paso lento, mas tarde estará con la careta con piolines sueltos contra el alambrado del triangulo, observando el tamaño de la reina, la postura, la sanidad, yo lo miro desde lejos, mas tarde me contara, si hay entrada de polen, si tienen reservas, si la abeja está nerviosa o tranquila, etc.
Un rato antes de terminar la jornada puede esperarnos con la pava caliente, mate en mano y brotaran pila de anécdotas que atraviesan años de joven.
Nombres de campos, de puesteros y propietarios, de sus primeras salidas para atender las colmenas en el tren Gral. Belgrano, que tomaba en la estación de Tomas Jofré y previo paso por estación la Verde arribaba a destino San Eladio de ver despachar en la estación, los tarros lecheros, distinta fauna campera que abundaba en aquel entonces, perdices, liebres y otras criadas en cualquier puesto de estancia , lechones, huevos, pollos y gallinas y porque no las latas de miel que el tren transportaba hacia aglomerados urbanos de todas las épocas.
Y de recuerdos de trabajos junto a sus hermanos y su padre, mi abuelo Ángel, quien diera los primeros pasos comprando un lotecito de colmenas en un lejano 1926… “una vez que la abeja se había tranquilizado, preparábamos los caballos y el carro distanciado del apiario, para entrar al colmenar despacito marcha atrás , lentamente, para cargar las alzas al carro, debíamos hacerlo con la pechera y varas sueltas, para que si el caballo era picado salga libre disparando sin el carro, ha habido muchos accidentes en esos años” afirma papa.
O cuando en primaveras de épocas doradas «iba en sulki de aca del campo de casa y en el camino levantaba a José , Petrolatti, ” quien luego seria su suegro y nuestro abuelo materno, “cruzábamos toda la zona de quinta de Mercedes e íbamos a la 11 al fondo al campo de don Juan Balbi” siempre lo recordó con mucho afecto “y si no terminábamos el trabajo nos hacia un lugar en el rancho, no faltaba cama y comida” también recuerda “ muchas primaveras de las de antes en ese trayecto llevábamos bolsas de arpillera y nos traíamos 15/20 enjambres colgados de la baranda del sulki, que agarrábamos cruzando las quintas”
El tiempo pasó, cuán rápido pasó, desde que me diste aquella careta, y practicamos unas primeras transferencias con dos reinitas seleccionadas compradas quizás en el mítico Panal… Traídas no se dé que lugar extranjero, pensando en mejorar la genética local, apoyados en un alza me explicaste como hacer un traslarve para sacar hijas de esas dos madres, “poquito humo” escuché, así buscamos la reina , era una telaraña de construcciones sobre los cabezales, con un oro liquido chorreando de la entretapa, que hasta el viejo soltó alguna exclamación que bien no entendí en aquel entonces, pero era de satisfacción o de sorpresa, y despegué el cuadro lateral como las indicaciones llegaban de papa, “busquemos cría abierta” todos los cuadros tenían cría pareja, había de todo en esa alacena, polen de mil colores, miel abierta y cerrada, crías y descendencia de todas las edades, al toque me di cuenta ¡la abeja la sentí bonita!, no solo la abeja, el conjunto de la colonia expresando el potencial de una primavera benevolente, encendió una chispa que nunca me soltó y me ayuda a entender cómo se puede seguir con ganas, como las de papa y no renunciar a nuevos proyectos.
Alguna vez me dijiste “ No importa en cuanto tiempo, el trabajo hay que hacerlo, podes tardar un poquito más o un poco menos, depende la cantidad, quien o cuantos te ayuden”, pero que vos nunca habías dejado trabajo sin hacer…hoy quiero decirte gracias, me sirvió mucho ese consejo, pero lo importante no es el consejo, lo importante es ver que a tus 86 años todavía lo seguís haciendo, bastante más achacado, con el paso cansino y las manos temblorosas, pero con la misma pasión, el trabajo, se sigue haciendo y que mejor consejo que aquel que se predica con el ejemplo.
¡Fuerza viejo y por muchos años más!